9/4/10

Alas Deo

Este es un relato corto que empecé hace casi un año y aún terminé hace un mes... yo funciono así xD Como quedará muy claro, no tengo ni idea de Historia ni la documentación fue particularmente rigurosa (wikipeeeeedia is love)... Pero la idea vino y fué entretenido escribirlo. Así que espero que alguien se divierta leyendolo =) Ahí va:



. Alas Deo .



El relato de Platón sobre la Atlántida termina abruptamente con la decisión de Zeus y los demás dioses del Olimpo de juzgar a los atlantes. Su delito fue la soberbia, el castigo, ceder su hermosa isla a las aguas.
Se decía del errante Céfiro que era el más hermoso de los cuatro dioses del viento. Curioso por naturaleza, decidió poner pie en la isla, poco antes de que los dioses mayores ejecutaran la pena, como tributo a la que debió ser la civilización mas bella de la historia. Tras depositar sobre ella la que sería la ultima primavera del lugar, el dios escondió sus alas y se dispuso a ser también su último visitante.


La primavera había llegado, como siempre, de manera bastante abrupta. Un sol cálido, todavía algo débil, bañaba la zona de Gadeirikês arrancando destellos a las calles blancas de la acrópolis. Aquello estaba bien, según pensaba Aeneas al salir de su estudio, escogiendo un camino al azar.
Odiaba la afixia del verano, pero aquella leve calidez después de su adorado invierno tampoco estaba del todo mal. Una brisa refrescante acarició su pelo proveniente de una de las calles del primer cruce que se topó. Parecía prometedoramente vacía.
Aislándose mentalmente del ruido y la gente mientras los esquivaba a ambos en dirección a la empedrada y estrecha calle, envió un recuerdo a los dioses del viento por guiarlo hasta el lugar tranquilo que buscaba para pensar. Y a Apolo y a sus musas, sin tener claro a cual de los dos tenía que agradecérselo.
Si al final de su paseo había encontrado la inspiración que buscaba, sería alas últimas.
Vagó en línea recta, con paso errático, la vista puesta en lo que tenía al rededor y la mente bastante lejos, durante casi una hora.
Entonces lo vio. Era un joven de su edad, haciendo a espejo exactamente lo mismo que él: perderse mientras se recreaba creaba la vista en los tallados de las paredes, los colores de la piedra o la belleza de las exuberantes plantas y las increíbles fuentes de agua integradas en ella.
Era extranjero, de eso no cabía duda. Lo delataban los brazaletes plateados, tan extraños en el mar de aleaciones de cobre que era la ciudad, su complexión, alta y esbelta, parecía el molde de la más equilibrada estatua de mármol en un pedestal que la colocara contra el cielo.
Y era hermoso. Tan hermoso que parecía haber nacido para ese papel. Extrañamente, y en contra de las costumbres locales, llevaba el torso desnudo, probablemente por el calor. Su pelo, de un color rubio ceniza casi desconocido para el artista, formaba parte de los haces de luz más que reflejarlos.
El agradecimiento lo hubiera hecho caer de rodillas si se hubiera atrevido a quitarle los ojos de encima, pero algo así era de las cosas susceptibles de desaparecer si se deja de creer en ellas durante un solo instante.
Nunca había rezado con tanto fervor.
El otro transeúnte acabó por reparar en él, era imposible no hacerlo, allí parado como estaba en medio de la calle, observándolo como si fuera oro caído del cielo.
Y Zéphyros estaba seguro de al menos no ser dorado.
A pesar de la intensidad de su mirada, el chico parecía de todo menos amenazador. Más bien enclenque aunque bien formado y de estatura media, las manchas de pintura en las manos y la nariz, el pelo alborotado por la brisa y el brillo en los ojos de un niño que ha encontrado un juguete maravilloso le daban un aspecto un tanto infantil.
Se preguntó que estaría pensando. También, como es lógico, porqué lo estaría observando de aquella manera. Lo cierto es que nunca le había pasado nada parecido.
Quizás debería preguntárselo.
No le dio tiempo. Mas bien con andar vacilante, el otro se acercó a él, reduciendo la distancia que los separaba a un par de pasos, y le tendió una mano.
Definitivamente, aquello era realmente curioso, pensó Zéphyros mientras depositaba la suya en la tendida y se dejaba guiar. En cuanto lo tocó, los ojos del chico emitieron un destello que solo se podía interpretar como de triunfo.
Mientras le seguía, dedicado como antes a la contemplación de la ciudad, aunque ahora al parecer con un desconocido rumbo fijo, se alegró de no haber hecho preguntas. Obviamente Aeneas no tenía nada que decir.
Aeneas. Ni se había dado cuenta de que se había interesado lo suficiente por el nombre como para averiguarlo. Aeneas... Era un nombre griego. Digno de alabanza.
Cuando cruzaron el último portal antes de detenerse, apenas con tiempo para ver el patio que tenía detrás, aquel último pensamiento se le quedó grabado.
Habían entrado en una gran cámara, de construcción un tanto extraña. Como muchas de las casas situadas en las laderas, ésta poseía una vista espléndida del resto de la isla y del océano.
Como si hubieran querido aprovechar eso al máximo, una de las paredes no existía, sustituida por anchas columnas que remataban en arcos que terminaban por entrelazarse en la bóveda de cañón del techo.
Y una vez los ojos se le quedaron prendidos allí, no pudo apartarlos.
Los frescos cubrían las parees desde la piedra del suelo hasta las bases de los arcos, sonde se interrumpían para dejar paso a la escena de la bóveda.
Zéphyros nunca había visto algo tan hermoso.
Aeneas, a poca distancia de él, las manos en las rodillas y aún jadeante por la subida a paso rápido hasta el estudio, pensaba lo mismo... observándolo a él.
-¿Posarás para mi?
El desconocido se movió, perdiendo algo de su perfecta apariencia de estatua para mirarlo. El pintor extendió un brazo para señalar la pared frontal, apremiante.
Allí, donde debería estar el apoteosis central de la obra, había un espacio en blanco. A Zéphyros se le abrió un hueco en el alma al ver tanta perfección inconclusa.
-Soy Aeneas.-Empezó el chico, vacilante.-Supongo que ya lo habrás deducido, pero yo he creado esto. Ese lugar...-desechó comentar que era un enviado de las musas para rellenarlo, parecía un comentario demasiado filosófico para encajar con él.-... eres perfecto para él. Quiero decir, esto... ¿como te llamas?
No contestó.
-Muy bien... Deo1.-Improvisó con una sonrisa. Zephyros se tensó con un respingo nada adecuado para quien era, sorprendido por el aparente acierto.-¿Posarás para mi?
Y él asintió.

~*~

-Aeneas...-A lo largo de aquellos cinco días, Zéphyros había aprendido cual era la entonación exacta que devolvía al pintor a la realidad, o al menos al estado mental en el que se movía con más coherencia por ella.
Lo cual tampoco era mucho.
-Aeneas.-Un susurro suave, como el que utilizaba para sustituir gradual pero impactantemente la calma que la precede por la mas suave tormenta. Debía ir lo suficientemente acorde con lo que fuera que pensara en medio de su trance creativo para que pudiera oírlo, o más bien para que quisiera escucharlo.
La expresión de intensa concentración del chico, labios infinitesimalmente fruncidos, ojos fijos, cejas elegantemente arqueadas, se deshizo de a pocos, hasta que terminó el último trazo, dignándose al fin a girar la cabeza hacia él, ladeándola expectante.
Con aquella sutil sonrisa que siempre le dedicaba. Le devolvió una similar.
-¿Qué planeas hacer cuando termines esto?-Preguntó con delicadeza.
Se había esperado una mirada en blanco y un tartamudeo confuso.
-mmm... Supongo que venderlo a un precio desorbitado a alguien que prometa no cubrir las paredes y limitarme a vivir hasta que sienta la necesidad de volver a hacer algo parecido. -Elaboró tras meditarlo un momento.
Se había girado completamente hacia la conversación, y el pincel y la paleta colgaban sobre sus piernas.
-Con vivir... ¿te refieres a buscar belleza?
Eh, al fin y al cabo, siendo lo que era, sabía como enfocar una conversación hacia donde quería, y desde donde fuera.
Aeneas parpadeó, sorprendido.
-Exacto.
Zéphyros rió como no lo había hecho en mucho tiempo. Era como oír la alegría de una flauta, y Aeneas enrojeció de placer al asumirlo como logro suyo.
En realidad, le hacía gracia pensar que pudiendo ver a través de la mente del joven, a este le sorprendiera que se hubiera dado cuenta de algo que exteriorizaba tan cristalinamente que ni siquiera le hubiera hecho falta decirlo.
-¿Te gustaría buscarla conmigo?
Despegó los labios y volvió a parpadear incrédulo.
-¿Eso significa que no te marcharás en cuanto termine?
Curiosamente, esa parecía ser la única parte que había registrado. Los ojos le brillaban exactamente de la misma forma que cuando se conocieron.
Así que se había convertido en la inspiración del chico, que original. Contuvo una nueva risa para no estropear el impacto de la siguiente frase.
-No... Me iré, y pronto. Pero preferiría que fuera contigo.
De nuevo, pareció asimilar solo lo que le resultaba impactante.
-¿Cómo de pronto?
Frenético, había abandonado las cosas sobre la banqueta y se había dejado caer de rodillas sobre un cojín a su lado, interrogándolo desde arriba con los ojos.
-Muy pronto.
-Pero...
-Ya casi has terminado conmigo.
Su figura estaba completa, excepto los ojos, porque estaba esperando por el tinte que necesitaba. No había duda de que en cuanto tuviera expresión, sería lo mas brillante entre la magnificencia general de la sala. Casi sentía orgullo de su propia imagen.
-¡No! ¡No es cierto!-Se había levantado y daba vueltas de un lado a otro como una fiera enjaulada.
No, no como una fiera. Como un ciervo pequeño, tal vez una liebre.
-Faltan las alas.-Sentenció suplicante en voz baja cuando volvió a pararse frente a él, taladrándolo con sus perturbados ojos grises.
“¿Las alas?” Repitió para sí el otro, impactado.
-Quiero ir contigo, pero tengo que terminar primero.
-Lo sé.-Respondió con sinceridad, pues la idea le dolía casi tanto como a él.-Pero no hay tiempo. Esto acabará siendo polvo...-dejó la frase en el aire, interrumpiéndose.- Ven conmigo, y vuelve a crear.
-Sé que acabará en arena, todo lo hace. Pero aún así...
-Será pronto arena, Aeneas.
-¿Como de pronto?
-Muy pronto.
La idea no pareció horrorizarlo tanto como había esperado. Se le desenfocó la vista un momento mientras parecía intentar regular su respiración, y con toda probabilidad el ritmo de su corazón y mente.
-Falta poco. ¿Me esperarás?-Dijo al fin.
No estaba preparado para aquella pregunta. Tampoco para darse cuenta de que tenía respuesta.
-Si no te da tiempo, ¿vendrás igual?
Cuando se volvió hacia su obra como si fuera la última vez, su mirada ya no era dubitativa, si no simplemente una extensión del suspiro que precedió al cabeceo de conformidad.
Si más, le dio la espalda y volvió al trabajo.
Horas después, quizás hasta un día, Zéphyros seguía echado en los cojines sobre el suelo, inmóvil excepto por los ojos que seguían las evoluciones del artista o para cambiar el codo sobre el que se elevaba para poder apoyar la cabeza en la palma de la mano. Se dedicaba a observar cómo el hueco de pintura blanca y gris algodonada que él había tomado por un boceto de nube al rededor de la reproducción de su pecho se elaboraba en una hermosas y poderosas alas de pájaro a juego con las de los pegasos blancos que volaban un metro mas arriba, sobre el arco.
Mientras pensaba, en nuevo, en ello, interrumpió una voz femenina desde la puerta, el primer elemento extraño que los había molestado en todo aquel tiempo.
-¿Maestro?-Zéphyros, desinteresado, se dejó caer de espaldas sobre los cojines, deduciendo por el tono vacilamente de la chica que le resultaba extraño llamarlo así, probabemente fuera demasiado joven. De cara como estaba ahora a los frescos del techo, no le cabía duda de porqué le habían dado el título.
-Maestro Aeneas...
Al final había optado por entrar por sí misma y avanzar hasta situarse cerca de él, de forma que su tono bajo pudiera sobresaltarlo de todas formas.
-...la pintura.-Añadió con una sonrisa condescendiente cuando éste botó en la banqueta con el susto y se volvió al fin hacia ella.
-...ah, eh... ¿pintura?-Le devolvió la sonrisa en cuanto registró la palabra.-¿La azul?
Ella asintió, al parecer encantada con la reacción.
-Muchas gracias, Thalassa.
-También hay algo de comida en la cesta. Porque te estás acordando de comer, ¿no es cierto?
Aeneas rió por lo bajo y como para demostrarlo, cogió una fruta amarillenta de la cesta y empezó a morderla con la mano contraria al pincel.
-¿Por qué no te quedas un rato?-Le dijo ya con aire ausente.-Hace demasiado calor para volver a bajar ahora mismo. Deo es buen conversador, te hará compañía mientras yo termino esto...
Su anormalmente largo discurso se fue desvaneciendo a medida que perdía atención en lo que decía. La sonrisa de la chica se desvaneció y su expresión se volvió preocupada. Obediente, se sentó en la banqueta que había cerca de un pilar, al lado de los cojines de Zéphyros.
Asintió con la cabeza en su dirección a modo de saludo, como si no le sorprendiera ver a un extranjero con aspecto de dios heleno y poca ropa echado en medio del estudio de su aparente amigo. El otro chico quiso achacarlo a que, obviamente, era el modelo.
-Ni come ni duerme, ¿no es cierto?
Lo sorprendió bastante. No se le había ocurrido que aquello fuera importante.
-Algo de fruta, de vez en cuando.
Ya antes de saber que se acababa el tiempo dormía poco, a menudo inquieto. Desde entonces no lo hacía, y fijándose ahora, de dio cuenta de las facturas grises que asomaban por debajo de sus párpados.
-Debería irme... me gusta verle trabajar, pero tengo cosas que hacer. Soy la hija de su maestro, y se supone que tengo que preguntarle si está dispuesto a tomar su primer alumno, pero dudo que lo considere siquiera hasta que haya acabado. No es habitual que los aprendices ayuden a terminar las obras de gran importancia.-La explicación sobre la costumbre, distinta de la continental, le invitó a deducir que se había dado cuenta de que era extranjero.- ¿Podrías mencionárselo tú cuando te preste algo de atención?
Su primer impulso fue decirle que no hacía falta preguntarle, que no iba a hacerlo porque se marchaba de la isla y ella debería hacer lo mismo. Después se dio cuenta de que no podía decir lo último, y de que lo primero no era necesario a aquellas alturas.
Asintió con la cabeza y lle se marchó con el característico paso elegante y enérgico de su raza, y que Aeneas no parecía compartir a menos que tuviera prisa o se sintiese turbado.
En el fondo lamentó no poder salvarla a ella también. Había seguido la última mirada de la chica a las pinturas y al pintor, y decidido que ella le gustaba.
~ *~

-¿Qué... ocurre?
La misma pregunta se repetía por toda la ciudad, por todo aquel ornamentado trozo de tierra que aún emergía desafiante sobre la furia del mar. Zéphyros lo sentía en todo su cuerpo, todas y cada una de las plegarias que los aterrados atlantes elevaban a todo el cielo y a quien hubiera allí que pudiese socorrerles.
No era un privilegio saber la respuesta. Se estremeció y cerró los ojos, intentando aislarse del torbellino de poder y emociones que lo rodeaban.
-La isla se hunde.-Dijo, y Aeneas lo oyó de alguna forma por encima del ruido.-Los dioses os castigan por haber querido conquistar Grecia.
-Y el mundo.-Añadió distraída mente, recordando algo que parecía insustancial y de un pasado lejano. Nunca había tenido nada que ver con la guerra, ni ésta le había interesado particularmente.
-Ya, si. Y el mundo.
-Nunca antes habían castigado a uno de sus pueblos por ambición.
Seguía sin entender, los ojos muy abiertos aún fijos en el cataclismo de aire fuego y agua que se desataba fuera, mostrándose a través de los arcos como si fuese una parte más de la pintura.
El viento los azotaba con furia, trayendo hojas, ramas, arena agua y hasta piedras y haciendo volar los pinceles, botes y bocetos que aún quedaban sin recoger.
Zhépyros, sin embargo, sí empezaba a comprender. Se volvió a la bóveda que tenía detrás, como comparándolo con la devastación de afuera, sacudiéndose el pelo de la cara.
-Nunca antes un lugar se había parecido tanto al Olimpo.
Un clamor tan lejano como aterrador se levantó en el horizonte. Y se acercaba.
La gran ola.

Triste, el dios extendió una mano.
-Vámonos.
Los ojos azules del atlante se apartaron de la catástrofe para pasearse por última vez por su obra, casi en trance, mientras Céfiro tiraba de él.



El relato de Platón sobre la Atlántida termina con la condena de la isla por parte de los dioses. Cualquiera, que al final del invierno, observe el terminar de la última gran tormenta desatada sobre el Altántico, cuando el mar y el cielo se calman en su escala de grises, las danzantes nubes de abren y cortinas doradas llueven sobre el agua en la más hermosa de las imágenes, podrá creer el final de la historia del dios del viento y el último artista atlante.

Y entender que aquella civilización muriera por soberbia.





Isabel V.



N. de la A.: Deo es un nombre griego que significa divino.

(Si, me hacía ilu poner una nota de la A xDDD)