17/4/11

El jacamar enjaulado 4

[Primera parte]


[Segunda parte]


[Tercera parte]



Empezaba a molestarme la espalda. Estaba sentada, con toda la dignidad que me restaba, sobre la silla donde me había depositado Mr. Smith poco después de que me despertase siendo cargada en brazos. Lo cierto es que el zarandeo no le había ido nada bien al dolor de cabeza que estaba incubando, y que empezaba a engordar desde golpeteo sordo a martillazo contundente justo encima de mi nuca.

No tenía nada mejor que hacer que esperar pacientemente, con la columna y el cuello todo lo tiesos que se pueden mantener después de haber rodado por un precipicio abajo.

Relajada a base de aburrimiento observando el ajetreo de un poblado escandalosamente similar al que alojaba la expedición comercial de Robert, comencé a prestarle un poco de atención al animalito que sostenía en el regazo antes de comenzar a preocuparme de nuevo. Parecía mucho más calmado, quizás habiendo decidido que no pretendía freírlo ni meterlo en un saco, no sangraba por ninguna parte, tampoco.
Conservaba un pañuelo entre la ropa, que procedí a utilizar para atar el ala rota a su cuerpecito, dejando la otra libre. Se revolvió un poco, lo cual tomé como buena señal. Si aún tenía fuerzas para picarme – de nuevo-, puede que las tuviese también para curarse. Volví a encerrarlo entre mis manos, apoyadas en la falda, a la espera de que le diera un infarto del estrés, son cosas que les ocurren a los pájaros, y aquel tenía casi tantas razones como yo para dejarse llevar por la histeria.
No dejó de parecerme curioso que no me hubiera acordado antes del pañuelo, incluso en medio del barro lo habría utilizado por costumbre en medio de un ataque de llanto. Incluso me planteé con seriedad llorar en aquel mismo momento, pero lo único que me salió fue un suspiro profundo. El shock, probablemente. O eso o que no tenía ni tiempo ni fuerzas para hacerlo.

Cuando se quedó quieto empleé lo que quedaba de la tela para envolver mi propia muñeca y un picotazo bastante malintencionado sobre mi pulgar. Era bastante profundo pero al menos no tenía tierra dentro, y la hinchazón del brazo había descendido notablemente. En conjunto quedé satisfecha con el diagnóstico.

Cierto es que cualquier cosa menos mortífera que una garganta desgarrada por colmillos hubiese sido aceptable.
Smith, Smith, Smith.
Levanté la cabeza la tercera vez que me pareció entreoír el nombre entre la charla inteligible de los hombres que habían aparecido entre las cabañas. Quitando a las varias nativas y sus niños ocupados en sus quehaceres habituales, que no me habían dirigido poco más que una mirada curiosa, los tres furtivos que rondaban ahora la sombra de la construcción donde me encontraba eran las únicas caras que había visto en las últimas horas.

Quizás fueran imaginaciones mías o una palabra cualquiera de fonética parecida, pero era un nombre tan adecuado como cualquier otro para adjudicarle al cazador misterioso.

Smith.
Como confirmando mi argumentación personal, apareció en mi campo de visión desde algún lugar a mis espaldas. Había dejado el atuendo vagamente militar por unos pantalones y una camisa que habían visto mejores tiempos. Iba descalzo.
Obviamente él no tenía reparo frente a las arañas, se me ocurrió mientras pasaba una mano por la falda para alisarla y me erguía de nuevo a pesar de las protestas de mis agotados huesos.
Se acercó a mí, y sin interrumpir la conversación que mantenía con sus hombres, me tendió la jaula que tenía en la mano. Abierta.
Le mantuve la mirada, escéptica. No me había tomado la molestia de salvar al pájaro para que él lo enjaulara ahora. Por otra parte, si mis suposiciones eran ciertas y los recogía para Robert, era la forma más sencilla de ponerlo a salvo. Se me humedecieron los ojos de repente, sin motivo concreto. Sospecho que de repente noté que estaba sola y asustada, y que se me ocurrió que así era en cuanto dejé de tener a algo más indefenso que yo de lo que ocuparme.
Extendí los brazos y lo coloqué dentro cerrando la puerta con un click metálico. El jacamar empezó a piar escandalosamente en cuanto lo hice.
Para mi sorpresa, Smith me tendió de nuevo la jaula. La cogí obediente, mirándolo extrañada. Parecía incómodo, quizás llorar no fuese tan mala idea, al fin y al cabo.
-Me alegra ver que no ha intentado escapar.
Oh, así que americano. Seguí observándolo impasible, mientras intentaba decidir si romper mi política de silencio o no. De repente se me ocurrió una idea, y bajé la mirada hacia la jaula buscando la marca del distribuidor de Robert en alguna esquina.
Voilà.
-Tampoco es que tuviese un sitio mejor al que ir. O aun teniéndolo, no es como si supiese por dónde.
Sonrió, aparentemente satisfecho. Era una sonrisa bastante agradable para un hombre tan inquietante y… bueno. Selvático. Realmente debería estarle haciendo gracia.
-Supuse que lo notaría. De ahí de que nadie se quedara a comprobar que no huía por… su seguridad. No me pareció bueno para sus nervios.
Oh, que amable por su parte.
-Probablemente no hubiese sido tranquilizadora la compañía de alguno de sus hombres armados.- Respondí con neutralidad, bajando la mirada y procurando guardad para mí todo el sarcasmo que despertaba en mí su actitud, a pesar de la situación.
-No, probablemente no.
Parecía dispuesto a charlar conmigo toda la… tarde. ¿Mañana? Lo que fuera. Se había cruzado de brazos, entrecerrando los ojos para verme a pesar del sol que le daba en la cara.
-Aunque por supuesto, ¿qué es eso comparado con un jaguar?-Rió mientras continuaba.- Podría vencer a cualquiera con un palo.
-Tampoco es que tuviese otra opción de actuación.
-No es cierto. Como la dama que parece se le hubiese permitido chillar, salir corriendo o incluso encogerse sobre sí misma.
Parece. ¡¿Parece?!
-No se crea. Las barajé todas, pero por algún motivo golpear me pareció la más viable como ruta de escape. No es que fuera una gran opción, pero teniendo en cuenta que asustarlo por el ruido a pesar de que me veía motivada para gritar con bastante entusiasmo y que no soy siquiera capaz de correr lo suficiente como para atrapar un gato para cepillarlo, era la que quedaba por descarte.
Parpadeó. Luego volvió la sonrisa del principio.
-Desde luego, una gran maniobra. Innegablemente.
-¿Usted cree?
-Admirable, desde luego. Señorita…
-Señora.-Corregí, omitiendo el nombre que solicitaba por puro enfado. ¿Le parecía aquello forma de tratar a alguien que acababa de perderse en la jungla y de ser atacado por una bestia que la triplica en peso?
-Señora Sharman.-Admitió, curvando sus labios en una expresión mucho más inquietante que las anteriores, en un tono que amenazaba más que sus propias palabras.
Lo miré al borde del llanto, esta vez sí, asustada.
-Me sorprende sinceramente la entereza con la que soporta la falta de respuestas. Si he de ser franco, tenía esperanzas de asustarla lo suficiente como para asegurarme de que es humana. No conozco mucha gente capaz de enfrentarse a un gato de ese tamaño.
-¿Juega conmigo? No se me ocurre ninguna razón por la que no fuera usted a ayudarme, y no veo motivo para torturarme de esta forma aparte de su propio entretenimiento.-Dije finalmente. No tenía sentido seguirle el hilo por más tiempo, el pánico a recibir respuestas superaba ya el de hacer preguntas.
-¿Motivo? Puede que haya alguno.
-Si lo que quiere es dinero, no dudo en que podrá tenerlo. No necesita ser tan críptico.
-Ah, dinero. Al final toda… -¿cómo dijo?, ¿tortura?- dejémoslo en crueldad, es por dinero. ¿No es cierto? Tranquilícese.-Se detuvo hasta que volví a mirarlo a la cara.-Pediremos rescate, pero no se le hará daño. Deduzco que su marido estará receptivo. Y debe disculpar mi rudeza, la selva es peligrosa, pero poco emocionante en lo que a conversación se refiere.-Suavizó la postura amenazante hasta reducirla a su permanente sonrisa sarcástica.- Permítame compensarla: ¿Desea que incluya también en el trato la piel del animal? Será usted la primera inglesa en exhibir en su salón un jaguar muerto a sus manos.
Por el amor de Dios, salvaje.
-Debería ofrecérselo a quien lo remató con un disparo. Dudo que hubiese salido viva de allí de otra forma.
-Le disparé yo mismo, y se la cedo con gusto. Sospecho que ya estaba muerto antes de tocar el suelo. Fue un golpe realmente acertado.
-Disculpe que no me regocije en mi fortuna. –Le dije a su espalda mientras se alejaba.
-Nadie se mantiene vivo en la selva solo con fortuna señora Sharman. Ni siquiera con intervención divina.

~*~

(Continuará...)




Nota: Estoy editando en word la historia y van 14 páginas a espacio y letra razonable O_o Va lenta pero va. Nos acercamos al final, que para ser un relato corto ya era hora... Esta semana santa, ¡Acabo! Prometido =P

16/2/11

El jacamar enjaulado (3)


[Primera parte]

[Segunda parte]




Efectivamente, el amanecer llegó sin novedad cuando tuvo a bien por rutina. Para mi orgullo y satisfacción, para cuando el negro del cielo empezó a graduarse hacia un azul cada vez menos oscuro a medida que se apagaban las estrellas, todavía no había dejado escapar ni un solo grito a pesar de las cuarenta y tres falsas alarmas de depredador al acecho, las cuales incluían veinticinco ramas rotas con su correspondiente crujido, siete incursiones de hormigas en mi ropa, sobre una docena de roedores nocturnos de tamaño despreciable, cuatro sonidos no identificados y una rana de un verde estándar.

La estadística fue rota con alarmante facilidad- y no por un grito ahogado no, por un estrepitoso y patético chillido- tras oír varios crujidos, un aleteo y un golpe seco. Aún en el extraño caso de que alguien, concediéndome un generoso (casi altruista) beneficio de la duda, pudiera pensar que aquello no hubiese bastado para hacerme gritar arriesgando mi vida, unas cuantas hojas y ramitas fueron a caerme encima, lo que, en mi estado de histeria reprimida degeneró con rapidez de un susto hacia un ataque de ansiedad imaginando insectos alados de más de 40 centímetros cayendo sobre mi melena.

Cuando, corroborando un par de minutos más tarde que si algo hubiera querido comerme lo hubiese hecho ya aprovechando mi estado de indefensión echa un ovillo en el suelo con los ojos tapados y me atreví a asomarme por encima del tocón-clavándome en la mano la enésima astilla de la jornada, e importándome poco a aquellas alturas-confirmé la cuadragésima cuarta falsa alarma en forma de pajarito. A juzgar por cómo se debatía en el suelo, un pajarito herido.

Todavía temblando, examiné de lejos y con precaución al pobre animal, dispuesta a cogerlo para examinar los daños tras declararlo inofensivo. Aún a pesar de la poca luz, pude distinguir el pecho rojizo, las alas verdes y el pico alargado del jacamar. Lo reconocí con facilidad por ser uno de los pájaros que Robert pretendía capturar esos días, recordando en particular como bromeaba sobre que las plumas negras que el ave tenía sobre los ojos, asemejándose a un ceño y el verde de sus alas, del color de mi vestido favorito, ofrecían un malhumorado y elegante parecido que él parecía encontrar especialmente gracioso.

La suerte, quizás pensando que ya me había castigado lo suficiente durante aquella larga noche, optó por realizar en aquel momento el primer acto caritativo con el que me obsequiaba en un tiempo. Al levantar la vista del suelo, tras levantarme, localizando de nuevo al animal para dirigirme hacia él, registré dos manchas doradas –esta vez si- entre los matorrales.

Como suele decirse, ocurrió todo muy rápido. El palo con el que me había armado al despertar de mi desmayo había bajado conmigo desde el tocón como consecuencia de mi intento desesperado de agarrarme a algo, descartado después, aunque afortunadamente no fuera de alcance, cuando prioricé el taparme los ojos. Agarrándolo durante los pocos segundos que la distancia al linde del claro donde se encontraba el animal cuando lo descubrí me las ingenié, no chillando hasta el momento del contacto, y sin cerrar los ojos y sin saber cómo, para atizarle a la enorme sombra con dientes en pleno salto antes de caerme, con tal suerte o destino que llegué a acertarle, con toda la contundencia de la adrenalina, en todo el cráneo.

El siguiente chillido lo provocó un ruido mucho más ensordecedor y alarmante, que, esta vez sí, me hizo no mirar. Abriendo los ojos en cuando se dispersó el sonido, me encontré con la aterradora imagen de un jaguar-en mis pesadillas aún enorme-caído y ensangrentado a pocos pasos de mis embarradas botas.

Bloqueada, acerté a mirar hacia arriba para sobresaltarme otra vez con los hombres que se habían materializado a mí alrededor. No muy altos, pero sí de tamaño suficiente y lo bastante armados como para haberlos registrado antes.

¿Me habían encontrado? Antes de que tuviera tiempo a alegrarme y a buscar alguna cara familiar, uno de los cinco sujetos, visiblemente nativo, se acercó al jacamar herido y lo levanto sin muchos miramientos por un ala, antes de hacer una mueca de disgusto, luego de asco y soltarlo para que cayera al suelo.

Aún en estado de shock, me lancé con un quejido a recogerlo, alarmada. Antes de dirigirle mi mejor mirada de indignación.

-Es un ser vivo, no un trapo.-Espeté de forma muy poco propia de mi mientras se la sostenía, quizás a sabiendas de que no iba a entender más allá del tono y la mirada de reproche.

Mi teoría del lenguaje universal vino a confirmarse cuando, también en un ademán de uso corriente a nivel internacional, él hizo ademán de golpearme como expeditiva respuesta. Impertinente hasta por signos. Julien estaría orgulloso de mí.

Una orden en un tono también expeditivo lo detuvo cuando yo ya me giraba con el bichito bien protegido entre mis brazos, preparada para recibir el impacto. Levantando de nuevo la mirada, me encontré con lo que, tras un primer examen-muy superficial, de obvio que resultaba una vez descartado el moreno de la piel y el corte de pelo tan poco civilizado- se revelaba tan extranjero en aquel lugar dejado de la mano de dios como yo.

Aquello, entendí de repente al registrar la apariencia general de aquel hombre alto y curtido, no era mi partida de rescate. Era una de furtivos. Mi última esperanza, pensé mientras cogía la mano que me tendía el líder, era que aquel hombre fuese lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que, como el pajarito, yo pertenecía al comerciante inglés que lo había contratado.

Algo, todavía no he descubierto el qué, me obligó a mantener la boca cerrada en vez de comprobar si alguno hablaba muy idioma. Probablemente simplemente el miedo primario a todo lo que me rodeaba que llevaba desarrollando durante horas y que, en aquel momento crítico, me obligaba a desconfiar, reacio a desprenderse de mí.

Nadie intento comunicarse conmigo, tampoco, mientras cargaban el cadáver del animal que me había atacado y al que yo se guía con la mirada con morbosa fascinación y aquella mano me guiaba de nuevo hacia el sendero, atenta a mis tropiezos. El jacamar ya no se debatía en mis manos, algo ensangrentadas entre las astillas y alguna que otra mala intención de su afilado piquito, pero seguía respirando y yo diagnostiqué un ala rota.

Pensando en esto, tan mundano y simple tras una experiencia tan cercana a la muerte, más bien traumática gracias a presentarse en forma de dientes, me permitió relajarme levemente hasta recuperar una actividad mental más o menos fluida, que solo sirvió para que la alarma comenzase a atacarme con toda la contundencia de, quién a efectos, está secuestrado.

Porque aquella gente eran cazadores. Furtivos, que no sabían quién era yo. ¿Hablarían con su patrón, anunciándole que habían rescatado a un trozo de harapos tembloroso que podría pertenecer a su expedición de las garras de un jaguar?, ¿pedirían rescate? Y si no… ¿qué iban a hacer conmigo?

Habiendo sobrevivido a una noche en medio de la jungla, de pronto una situación que facilitaba que mi familia me encontrase resultaba una mejoría, aunque me mantuviera fuera de peligro. Eso sí, no pensaba abrir la boca. Mi abuela, mujer sabia, practicaba la máxima de no decir nada cuando uno no sabe que decir. Aquel precepto, que tan bien habían incluido en mi educación, me llevó a reducir mis cuestiones a una tentativa mirada hacia el extranjero que me guiaba por el camino, ahora ya conocido, pero en una dirección extraña.

Para mi sorpresa, él me miraba fijamente de una forma que no me agradó del todo. Porque si en mis ojos había preguntas, en los suyos, de un verde intenso muy acorde con aquella piel saturada de sol y una melena castaño oscuro muy desastrada, reflejaban una curiosidad intensa.

Bueno, decidí. No eran ansias asesinas. Si podía fiarme de mi habilidad leyendo expresiones, claro. A tales alturas, exsausta, asustada y dolorida como estaba, por no decir emocionalmente agotada, terminó por darme igual. Comparada con la mirada letal y refractaria del jaguar desde luego no era crítica.

Decidiendo esto, cedí al lujo de desmayarme de nuevo.


~*~


(Continuará)



12/2/11

Querido lector,
hablemos hoy de algo mágico. Algo simple que inspire algo complejo, casi por definición, de algo que, aún bajo lo anterior, haga sentir más que pensar. Sentir intensamente, además.
Que cause plenitud, congoja, exaltación. Que lo sea todo con tan poco, que merezca el recuerdo eterno y que para el mundo no importe nada.
¿Sabes de que hablamos?
No, yo tampoco.
Pero fue bonito mientras duró.

8/2/11

Me gustan las cosas que no tienen sentido. En realidad, casi me resultan cómodas.
Es la tranquilidad de no necesitar una razón.
Como aquel día que me abrazaste y dijiste que podía llorar, así, simplemente dándome permiso. Me sentó bien, pero no he vuelto a hacerlo. Simplemente era lo que necesitaba en aquella ocasión, pero obviamente no resulta divertido ni práctico hacerlo a menudo.
Si, me gusta el absurdo. Me gustabas tú.
Porque la mejor manera de calmar a quien teme a los truenos es asegurarle que no le van a hacer daño, que estás ahí para impedirlo.
Tontería doble. Ni una tormenta te va a hacer daño (¿que interés tiene ella, en su natural fuerza y retumbe, en destrozarte particularmente, tan atrincherado en tu casa cerrada a cal y cando y bajo tres capas de sábanas metáforicamente blindadas?) ni nadie le va a chillar órdenes desde el tejado para impedírselo. Bueno, al menos con éxito, claro.
Pero tiene su sentido, precisamente porque ninguna de las dos cosas lo tiene. Si el miedo es irracional, el consuelo también puede serlo.
Aún así, en aquella ocasión era bastante tangible. Me refiero a que el mundo se me venía encima y tu no podías afirmar que todo iba a salir bien. Pero estabas ahí, lo sé porque te agarraba como si me fuese la vida en ello, y seguías estando ahí cuando me pediste que llorara y yo accedí sin reparos.
No solucionaste nada, pero me sostenías literal y figuradamente mientras temblaba y me tambaleaba emocionalmente.
Ya no estás, y... yo lo entiendo. Pero a veces me pregunto si es motivo suficiente para llorar o no. ...
¿Podría?
Dudo mucho y me tambaleo bastante. No me queda más que intentar concentrarme en la idea de que para sonreírte nunca, nunca, necesité ni pedí permiso.

11/1/11

La Teoría del Cambio

Parece ser que hay gente que se levanta un día y decide que va a cambiar su vida.

Yo no lo hago así. Yo voy, encuentro un cambio, y si me gusta me lo quedo. Simple, ¿eh?

Una vez encontré un libro. De hecho, el propio libro avisaba de que había libros que le cambiaban la vida a uno y lo hacían crecer de repente… y me enfadé con el escritor por ser más listo que yo y aún encima restregármelo. Luego ya me molestó un poquito menos porque me di cuenta de que el vacile era para los que no pillaban lo que estaba pasando, no para los que se dejaron cambiar la vida. Al fin y al cabo es mi escritor favorito, y no solo yo lo considero un genio.

Otra vez me fui de viaje y vi algo más de mundo. ¿Sabéis esa escena de Piratas del Caribe dónde se dice que el mundo se hacía más pequeño a medida que el mapa se rellenaba? Yo pensaba que era pequeño por eso mismo. ¿Qué gracia tiene ir a Australia si solo lleva un día, todo el mundo te entiende cuando hablas y solo pisas el hotel y el centro turístico? Pero no. Salí de casa y el planeta volvió a ser grande y a tener interés. Todo era encantadoramente diferente.

Pero lo que más me gusta es cuando encuentro personas. Adoro que me hagan cambiar. Porque eso significa que encontré alguien que me resulta interesante y que he llegado a querer. Eso es porque me enseñaron algo nuevo, y probablemente porque me gustó como me sonrieron.

Y pensando, eso que hago de vez en cuando, me encontré con que en realidad, más que mi vida, lo que había cambiado era yo. No es que lo hubiera decidido, no conscientemente. Bueno, lo intenté una o dos veces, pero no me salió bien. Funcionó cuando dejé de intentarlo y empecé a recoger oportunidades y a quererme un poco.

No quiero que llegue el día en el que todo vaya tan mal que necesite forjarme un cambio de la nada. Estar tan desesperada por huir de mi misma que tenga que decidir a dónde ir y apostar por esa opción única, como si por el hecho de ser diferente me tuviese que hacer feliz. Llámame cobarde.

Pero con mi método me va bien.

9/1/11

Representación


Quisiste que te odiara... Pero no te salió bien.






P.D: Encontré por internet adelante algo nuevo: el nanorrelato. Al principio no me pareció gran cosa tener solo diez palabras para contar algo. Luego leí unos pocos y comenzó a tener más sentido. Decidí probar suerte…¿Funcionó?

8/1/11

De genio y rubí (2)

Nuestro día empezó hacia media mañana, cuando desde su estratégica posición en la barra Ricardo registró mi cara de pánico.

Se estaba muriendo de la risa mentalmente, lo podía ver a pesar de su expresión compuesta y su elegante pose. No hizo pues más que confirmar mis irritantes sospechas cuando levantó su libreta (un cuaderno moleskine negro, claro) y la sostuvo el tiempo justo para que me diera tiempo a leer la frase en mayúsculas por encima del hombre de mi desesperado cliente.

QUIERE TÉ. CON LECHE.

Aliviada, logré cortar el discurso a base de gesticular como si intentara parar el tráfico y repetir OK-OK en serie.

-Gracias.-Vocalicé en su dirección una vez que el hombre pareció aplacado y conseguí huir.

Pasé a la siguiente mesa, agobiada por el trabajo y las caras de descontento que se me habían acumulado en aquellos diez minutos. Un tipo con unas entradas muy poco disimuladas a pesar de la construcción modernista que había intentado apañar con gomina y con lo que le quedaba de pelo exigía su cuenta desde hacía un rato que parecía estarlo matando.

-No hay de qué.-Dijo Ricardo cuando llegué correteando a la barra e hice un momento para ponerle delante, ya sin preguntar, su acostumbrado café solo y sacar de debajo de la mesa el libro que me había dejado la semana anterior y que esperaba por él en una bolsa de plástico que lo protegía de las manchas potenciales de la cafetería.

-Empiezas a leer más o más rápido.-Comentó satisfecho mientras lo apartaba para acercarse el café.

-Si tú lo dices…-Fue mi distraída respuesta mientras consultaba el tiempo de infusión en la caja y apartaba la bolsita alarmada al ver que era menos tiempo del que yo había previsto.

-No irás a llevarle eso, ¿verdad?

Paré en seco, confusa, siguiendo su mirada hacia la bandeja.

-Sí, ¿por?

-Pidió té con leche. No té y leche. La idea es el té y una jarrita con leche fría al lado. No el té y un vaso de leche caliente. Por favor, si hasta le has puesto el azúcar dos veces. ¿Por qué no le llevas un café? Cualquier cosa es mejor que esa horrorosa mezcla embolsada a base de colorante. Es el equivalente a café de máquina de parking subterráneo.

Me abstuve de cuestionar que la localización de la maquina pudiera añadir algo a la calidad de la bebida. Bueno, quizás sensación de… cutrez. Sacudí la cabeza. El caso era que estaba demasiado ocupada habilitando la leche fría y deshaciéndome del resto. Lamentable, pero hasta él sabía cómo hacer mi trabajo mejor que yo.

-No le puedo llevar café si ha pedido té. Está bien que sepas inglés y como preparar uno, pero darle al cliente lo que pide es algo bastante básico. Idea simple que hasta yo he captado sin muchos problemas.-Aunque no podía arriesgarme a no hacerle caso por simple cabezonería, mi dignidad estaba un poco tocada y no pude resistir a destilar algo de sarcasmo.

-En realidad llegó un momento a partir del cual empezó a recitar todas las bebidas que sabía señalar en inglés con la esperanza de que entendieses alguna. Créeme, apreciará más el café, te sale especialmente bien.-Deseché el patético intento de aplacarme con un bufido.-Me pregunto si será noruego. Me tiene pinta de noruego.

Por toda respuesta le di la espalda, admitiendo a regañadientes que parecía imposible contestarle mal sin que tuviera algo que añadir, cargando el té en dirección al extranjero.

-Sandra…

-¿Si?

Me volví con la lentitud amenazante de quién está al borde del arranque de ira y es peligroso.

-Solo es una sugerencia, pero si le llevas el ticket puedes ahorrarte problemas intentando cobrarle. Estoy seguro de que le será más fácil leer el precio que a ti pronunciarlo.

~*~


4/1/11

Cuando el mundo aún era grande...

Las aulas estaban todas cerradas con llave. En realidad, el pasillo no tenía nada de especial.
Bueno, quizás si. Se suponía que no podíamos estar allí.
Una vez que pasara el tiempo, sería mi turno de hacer la E.S.O.-pasando todos los días por esos pasillos, subiendo esas escaleras- y entendería del todo porqué les había hecho tanta gracia a los mayores que les pidiésemos un mapa. Bueno, si se podía ser tan generoso con aquel trozo de hoja de libreta pintarrajeado con aquellas lineas tirando a rectas, pintadas con boli bic sobre el respaldo de un asiento del bus.
Recuerdo haberme encogido de hombros al oír que era una tontería querer investigar un terreno del que iba a acabar aburrida en pocos años.
Pero tenía curiosidad, y eso basta de sobras a los diez años, ¿no es cierto?
Así que teníamos un plan. Teníamos un mapa. Y teníamos varias horas aburridas, cuando en el colegio estaba vacío a excepción de los pocos alumnos que sufríamos el comedor escolar.
Había dos puertas. Una tenía un pestillo interior que nos convenía más bien poco, pero que, por suerte, estaba abierto. La ley de Murphy no se asoma realmente hasta que cumples los 16, como mucho. Era mucho más discreta que la otra, en pleno patio y al lado del profesor que cuidaba de nosotros.
O lo intentaba, claro.
Así que, después de vigilar que la sala de profesores estuviese tan vacía como debía, nos escabullimos a prisa escaleras arriba.
Los últimos pisos poco ofrecían de especial. Como ya nos habían anticipado en un intento de dejarnos contentas, el despacho de la aterradora jefa de estudios era una sala con ventanas verdes de cristal opaco, la única del colegio cerrada a cal y canto entre las aulas normales.
Las vistas a partir del tercer descansillo eran realmente bonitas.
Y allí acaba el cuento.
Bajábamos ya la mitad de las escaleras cuando oímos el taconeo, rápido y enérgico.
No, no había planes de fuga A y B. Eso fue algo que aprendí a tener en cuenta a partir de aquel momento.
Optamos por la improvisación obvia... echando a correr escaleras abajo, pegadas a la pared para que no se nos viese desde el hueco, como si nos persiguiese algo.
En el minuto escaso que nos debio llevar bajar, aunque de aquella pareció muchísimo más tiempo, se me ocurrió que si estaba cerrada la puerta del gimnasio estábamos perdidas. Por no mencionar de que si salíamos corriendo por la otra, al profesor le iba a extrañas bastante y nos señalaría con prisas en cuanto llegara nuestra misteriosa sombra preguntando por los alumnos que estaban donde no debían.
Así que cogí a mi amiga del brazo en medio del pasillo y la obligué a pararse en seco.
Nos alcanzó una profesoras bajita y malhumorada, y que, aunque por entonces yo no lo sabía, sería la jefa de estudios unos años después. También me dio clase cuando la buena vida dejó de serlo y el sistema educativo me impuso las clases de física. Llegué a ser su alumna favorita.
Pero para eso faltaba mucho. Sufrí con una estoicidad de la que aún estoy orgullosa el interrogatorio. No, no eramos nosotras las que bajábamos las escaleras. Si, las habíamos visto correr en dirección al patio. ¿Qué que hacíamos allí? Faltaba poco para que llegaran los compañeros del autobús, y los estábamos esperando.
Nos despachó de vuelta al patio. Allí no se podía estar. Nos disculpamos y salimos de allí.
Fue un buen susto. Siempre me dió pánico que me riñera un profesor. Con todo, fue una pequeña aventura, más bien sospecho que esperaba que nos pillase alguien. La huída- que eso es lo que fue- fue lo único emocionante del asunto.
A veces echo de menos aquellos tiempos en los que el mundo aún era grande y todo eran preguntas. Cuando mentir para escaquetearse era ser traviesa y no caradura. Ya ni siquiera me hablo con aquella chica desde hace mucho, mucho tiempo, aunque era mi mejor amiga.
Aún arrepintiendome de no haber sido más irresponsable cuando aún estaba a tiempo, sin daño y risas como aquella vez, me alegro de haber crecido como lo he hecho.
Nunca me he dado un golpe equivocándome, asi que, en el fondo, para mí el mundo sigue siendo un gran patio de juego.

Autoconvencerme de que el mundo es completamente aburrido y gris, como dice tanta gente, sería un duro golpe para mi moral, no me extraña que haya tanto infeliz en el mundo.

Es una promesa que me he hecho a mi misma. El mundo es un asco, pero yo no pienso darme cuenta nunca, nunca.

Imaginadme más pequeña, infantil, rubia y con el pelo corto y en uniforme de colegio azul oscuro, repitiéndolo obstinada, sacudiendo la cabeza de lado a lado.

Si, era rubia. Guardadme el secreto ;)