4/1/11

Cuando el mundo aún era grande...

Las aulas estaban todas cerradas con llave. En realidad, el pasillo no tenía nada de especial.
Bueno, quizás si. Se suponía que no podíamos estar allí.
Una vez que pasara el tiempo, sería mi turno de hacer la E.S.O.-pasando todos los días por esos pasillos, subiendo esas escaleras- y entendería del todo porqué les había hecho tanta gracia a los mayores que les pidiésemos un mapa. Bueno, si se podía ser tan generoso con aquel trozo de hoja de libreta pintarrajeado con aquellas lineas tirando a rectas, pintadas con boli bic sobre el respaldo de un asiento del bus.
Recuerdo haberme encogido de hombros al oír que era una tontería querer investigar un terreno del que iba a acabar aburrida en pocos años.
Pero tenía curiosidad, y eso basta de sobras a los diez años, ¿no es cierto?
Así que teníamos un plan. Teníamos un mapa. Y teníamos varias horas aburridas, cuando en el colegio estaba vacío a excepción de los pocos alumnos que sufríamos el comedor escolar.
Había dos puertas. Una tenía un pestillo interior que nos convenía más bien poco, pero que, por suerte, estaba abierto. La ley de Murphy no se asoma realmente hasta que cumples los 16, como mucho. Era mucho más discreta que la otra, en pleno patio y al lado del profesor que cuidaba de nosotros.
O lo intentaba, claro.
Así que, después de vigilar que la sala de profesores estuviese tan vacía como debía, nos escabullimos a prisa escaleras arriba.
Los últimos pisos poco ofrecían de especial. Como ya nos habían anticipado en un intento de dejarnos contentas, el despacho de la aterradora jefa de estudios era una sala con ventanas verdes de cristal opaco, la única del colegio cerrada a cal y canto entre las aulas normales.
Las vistas a partir del tercer descansillo eran realmente bonitas.
Y allí acaba el cuento.
Bajábamos ya la mitad de las escaleras cuando oímos el taconeo, rápido y enérgico.
No, no había planes de fuga A y B. Eso fue algo que aprendí a tener en cuenta a partir de aquel momento.
Optamos por la improvisación obvia... echando a correr escaleras abajo, pegadas a la pared para que no se nos viese desde el hueco, como si nos persiguiese algo.
En el minuto escaso que nos debio llevar bajar, aunque de aquella pareció muchísimo más tiempo, se me ocurrió que si estaba cerrada la puerta del gimnasio estábamos perdidas. Por no mencionar de que si salíamos corriendo por la otra, al profesor le iba a extrañas bastante y nos señalaría con prisas en cuanto llegara nuestra misteriosa sombra preguntando por los alumnos que estaban donde no debían.
Así que cogí a mi amiga del brazo en medio del pasillo y la obligué a pararse en seco.
Nos alcanzó una profesoras bajita y malhumorada, y que, aunque por entonces yo no lo sabía, sería la jefa de estudios unos años después. También me dio clase cuando la buena vida dejó de serlo y el sistema educativo me impuso las clases de física. Llegué a ser su alumna favorita.
Pero para eso faltaba mucho. Sufrí con una estoicidad de la que aún estoy orgullosa el interrogatorio. No, no eramos nosotras las que bajábamos las escaleras. Si, las habíamos visto correr en dirección al patio. ¿Qué que hacíamos allí? Faltaba poco para que llegaran los compañeros del autobús, y los estábamos esperando.
Nos despachó de vuelta al patio. Allí no se podía estar. Nos disculpamos y salimos de allí.
Fue un buen susto. Siempre me dió pánico que me riñera un profesor. Con todo, fue una pequeña aventura, más bien sospecho que esperaba que nos pillase alguien. La huída- que eso es lo que fue- fue lo único emocionante del asunto.
A veces echo de menos aquellos tiempos en los que el mundo aún era grande y todo eran preguntas. Cuando mentir para escaquetearse era ser traviesa y no caradura. Ya ni siquiera me hablo con aquella chica desde hace mucho, mucho tiempo, aunque era mi mejor amiga.
Aún arrepintiendome de no haber sido más irresponsable cuando aún estaba a tiempo, sin daño y risas como aquella vez, me alegro de haber crecido como lo he hecho.
Nunca me he dado un golpe equivocándome, asi que, en el fondo, para mí el mundo sigue siendo un gran patio de juego.

Autoconvencerme de que el mundo es completamente aburrido y gris, como dice tanta gente, sería un duro golpe para mi moral, no me extraña que haya tanto infeliz en el mundo.

Es una promesa que me he hecho a mi misma. El mundo es un asco, pero yo no pienso darme cuenta nunca, nunca.

Imaginadme más pequeña, infantil, rubia y con el pelo corto y en uniforme de colegio azul oscuro, repitiéndolo obstinada, sacudiendo la cabeza de lado a lado.

Si, era rubia. Guardadme el secreto ;)

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