17/4/11

El jacamar enjaulado 4

[Primera parte]


[Segunda parte]


[Tercera parte]



Empezaba a molestarme la espalda. Estaba sentada, con toda la dignidad que me restaba, sobre la silla donde me había depositado Mr. Smith poco después de que me despertase siendo cargada en brazos. Lo cierto es que el zarandeo no le había ido nada bien al dolor de cabeza que estaba incubando, y que empezaba a engordar desde golpeteo sordo a martillazo contundente justo encima de mi nuca.

No tenía nada mejor que hacer que esperar pacientemente, con la columna y el cuello todo lo tiesos que se pueden mantener después de haber rodado por un precipicio abajo.

Relajada a base de aburrimiento observando el ajetreo de un poblado escandalosamente similar al que alojaba la expedición comercial de Robert, comencé a prestarle un poco de atención al animalito que sostenía en el regazo antes de comenzar a preocuparme de nuevo. Parecía mucho más calmado, quizás habiendo decidido que no pretendía freírlo ni meterlo en un saco, no sangraba por ninguna parte, tampoco.
Conservaba un pañuelo entre la ropa, que procedí a utilizar para atar el ala rota a su cuerpecito, dejando la otra libre. Se revolvió un poco, lo cual tomé como buena señal. Si aún tenía fuerzas para picarme – de nuevo-, puede que las tuviese también para curarse. Volví a encerrarlo entre mis manos, apoyadas en la falda, a la espera de que le diera un infarto del estrés, son cosas que les ocurren a los pájaros, y aquel tenía casi tantas razones como yo para dejarse llevar por la histeria.
No dejó de parecerme curioso que no me hubiera acordado antes del pañuelo, incluso en medio del barro lo habría utilizado por costumbre en medio de un ataque de llanto. Incluso me planteé con seriedad llorar en aquel mismo momento, pero lo único que me salió fue un suspiro profundo. El shock, probablemente. O eso o que no tenía ni tiempo ni fuerzas para hacerlo.

Cuando se quedó quieto empleé lo que quedaba de la tela para envolver mi propia muñeca y un picotazo bastante malintencionado sobre mi pulgar. Era bastante profundo pero al menos no tenía tierra dentro, y la hinchazón del brazo había descendido notablemente. En conjunto quedé satisfecha con el diagnóstico.

Cierto es que cualquier cosa menos mortífera que una garganta desgarrada por colmillos hubiese sido aceptable.
Smith, Smith, Smith.
Levanté la cabeza la tercera vez que me pareció entreoír el nombre entre la charla inteligible de los hombres que habían aparecido entre las cabañas. Quitando a las varias nativas y sus niños ocupados en sus quehaceres habituales, que no me habían dirigido poco más que una mirada curiosa, los tres furtivos que rondaban ahora la sombra de la construcción donde me encontraba eran las únicas caras que había visto en las últimas horas.

Quizás fueran imaginaciones mías o una palabra cualquiera de fonética parecida, pero era un nombre tan adecuado como cualquier otro para adjudicarle al cazador misterioso.

Smith.
Como confirmando mi argumentación personal, apareció en mi campo de visión desde algún lugar a mis espaldas. Había dejado el atuendo vagamente militar por unos pantalones y una camisa que habían visto mejores tiempos. Iba descalzo.
Obviamente él no tenía reparo frente a las arañas, se me ocurrió mientras pasaba una mano por la falda para alisarla y me erguía de nuevo a pesar de las protestas de mis agotados huesos.
Se acercó a mí, y sin interrumpir la conversación que mantenía con sus hombres, me tendió la jaula que tenía en la mano. Abierta.
Le mantuve la mirada, escéptica. No me había tomado la molestia de salvar al pájaro para que él lo enjaulara ahora. Por otra parte, si mis suposiciones eran ciertas y los recogía para Robert, era la forma más sencilla de ponerlo a salvo. Se me humedecieron los ojos de repente, sin motivo concreto. Sospecho que de repente noté que estaba sola y asustada, y que se me ocurrió que así era en cuanto dejé de tener a algo más indefenso que yo de lo que ocuparme.
Extendí los brazos y lo coloqué dentro cerrando la puerta con un click metálico. El jacamar empezó a piar escandalosamente en cuanto lo hice.
Para mi sorpresa, Smith me tendió de nuevo la jaula. La cogí obediente, mirándolo extrañada. Parecía incómodo, quizás llorar no fuese tan mala idea, al fin y al cabo.
-Me alegra ver que no ha intentado escapar.
Oh, así que americano. Seguí observándolo impasible, mientras intentaba decidir si romper mi política de silencio o no. De repente se me ocurrió una idea, y bajé la mirada hacia la jaula buscando la marca del distribuidor de Robert en alguna esquina.
Voilà.
-Tampoco es que tuviese un sitio mejor al que ir. O aun teniéndolo, no es como si supiese por dónde.
Sonrió, aparentemente satisfecho. Era una sonrisa bastante agradable para un hombre tan inquietante y… bueno. Selvático. Realmente debería estarle haciendo gracia.
-Supuse que lo notaría. De ahí de que nadie se quedara a comprobar que no huía por… su seguridad. No me pareció bueno para sus nervios.
Oh, que amable por su parte.
-Probablemente no hubiese sido tranquilizadora la compañía de alguno de sus hombres armados.- Respondí con neutralidad, bajando la mirada y procurando guardad para mí todo el sarcasmo que despertaba en mí su actitud, a pesar de la situación.
-No, probablemente no.
Parecía dispuesto a charlar conmigo toda la… tarde. ¿Mañana? Lo que fuera. Se había cruzado de brazos, entrecerrando los ojos para verme a pesar del sol que le daba en la cara.
-Aunque por supuesto, ¿qué es eso comparado con un jaguar?-Rió mientras continuaba.- Podría vencer a cualquiera con un palo.
-Tampoco es que tuviese otra opción de actuación.
-No es cierto. Como la dama que parece se le hubiese permitido chillar, salir corriendo o incluso encogerse sobre sí misma.
Parece. ¡¿Parece?!
-No se crea. Las barajé todas, pero por algún motivo golpear me pareció la más viable como ruta de escape. No es que fuera una gran opción, pero teniendo en cuenta que asustarlo por el ruido a pesar de que me veía motivada para gritar con bastante entusiasmo y que no soy siquiera capaz de correr lo suficiente como para atrapar un gato para cepillarlo, era la que quedaba por descarte.
Parpadeó. Luego volvió la sonrisa del principio.
-Desde luego, una gran maniobra. Innegablemente.
-¿Usted cree?
-Admirable, desde luego. Señorita…
-Señora.-Corregí, omitiendo el nombre que solicitaba por puro enfado. ¿Le parecía aquello forma de tratar a alguien que acababa de perderse en la jungla y de ser atacado por una bestia que la triplica en peso?
-Señora Sharman.-Admitió, curvando sus labios en una expresión mucho más inquietante que las anteriores, en un tono que amenazaba más que sus propias palabras.
Lo miré al borde del llanto, esta vez sí, asustada.
-Me sorprende sinceramente la entereza con la que soporta la falta de respuestas. Si he de ser franco, tenía esperanzas de asustarla lo suficiente como para asegurarme de que es humana. No conozco mucha gente capaz de enfrentarse a un gato de ese tamaño.
-¿Juega conmigo? No se me ocurre ninguna razón por la que no fuera usted a ayudarme, y no veo motivo para torturarme de esta forma aparte de su propio entretenimiento.-Dije finalmente. No tenía sentido seguirle el hilo por más tiempo, el pánico a recibir respuestas superaba ya el de hacer preguntas.
-¿Motivo? Puede que haya alguno.
-Si lo que quiere es dinero, no dudo en que podrá tenerlo. No necesita ser tan críptico.
-Ah, dinero. Al final toda… -¿cómo dijo?, ¿tortura?- dejémoslo en crueldad, es por dinero. ¿No es cierto? Tranquilícese.-Se detuvo hasta que volví a mirarlo a la cara.-Pediremos rescate, pero no se le hará daño. Deduzco que su marido estará receptivo. Y debe disculpar mi rudeza, la selva es peligrosa, pero poco emocionante en lo que a conversación se refiere.-Suavizó la postura amenazante hasta reducirla a su permanente sonrisa sarcástica.- Permítame compensarla: ¿Desea que incluya también en el trato la piel del animal? Será usted la primera inglesa en exhibir en su salón un jaguar muerto a sus manos.
Por el amor de Dios, salvaje.
-Debería ofrecérselo a quien lo remató con un disparo. Dudo que hubiese salido viva de allí de otra forma.
-Le disparé yo mismo, y se la cedo con gusto. Sospecho que ya estaba muerto antes de tocar el suelo. Fue un golpe realmente acertado.
-Disculpe que no me regocije en mi fortuna. –Le dije a su espalda mientras se alejaba.
-Nadie se mantiene vivo en la selva solo con fortuna señora Sharman. Ni siquiera con intervención divina.

~*~

(Continuará...)




Nota: Estoy editando en word la historia y van 14 páginas a espacio y letra razonable O_o Va lenta pero va. Nos acercamos al final, que para ser un relato corto ya era hora... Esta semana santa, ¡Acabo! Prometido =P

3 comentarios:

  1. Puedes decir misa, pero a mi me gusta xD

    ResponderEliminar
  2. Prometido que en semana santa eh jaja.

    Eu que pensaba que coa de meses que facía que non abría esto tería millóns de textos para ler... tss que decepción xDDD.

    Por certo, en certas partes o texto recórdame á isla misteriosa de Verne

    ResponderEliminar