20/12/10

El jacamar enjaulado (1)

No, no lo entienden. Allí las cosas funcionan de forma diferente.
No en el sentido de no tener luz eléctrica o de sufrir esa espantosa humedad, no. Absolutamente todo es distinto, desde la luz hasta las sensaciones.
Mi primera impresión al pisar el centro de Europa fue que había algo que fallaba en el aire, que estaba mal. Tardé un par de días en entender que lo que echaba en falta era, simplemente, la brisa del mar.
Nunca he tenido mucho apego por dicha acumulación de agua masiva, que tan fácilmente podría descargar su fuerza brutal sobre alguno de los barcos a los que mi marido conseguía arrastrarme de vez en cuando, y partirlo con nosotros dentro, ofreciéndole una muerte lenta por ahogamiento a los desafortunados que sobrevivieran a la colisión con las olas y a la lluvia de astillas.
Supongo que nunca he sido una persona optimista.
El caso es que era esa humedad, esa brisa constante que se hace notar quilómetros más allá desde que la costa se pierde de vista, o más bien la falta de ella, lo que me enervaba tanto.
El aire del trópico es, sin embargo, completamente opuesto. Allí, una vez que el mar se aleja se impone una densidad opresiva y un nivel casi ansioso de condensación que se unen a la pegajoso calor.
Y no hay forma de librarse de él.
Esa era una de mis principales preocupaciones la tarde en la que comenzó la historia, ocupada también en esquivar raíces enormes y cubiertas de musgo resbaladizo; flores extrañas y demás protuberancias selváticas mientras procuraba no perder el paso del guía y el resto de los turistas que conformaban la comitiva que me precedía. En total cinco personas, incluyendo a mi primo Julien, que a su vez era el motivo por el que había desechado mi plan inicial de atrincherarme en aquella destartalada estructura con cubículos que se hacían pasar por habitaciones y que el capitán del barco que nos había transportado río arriba había definido, con mucha generosidad y en su inglés precario, como el hotel de la aldea.
Julien, que acababa de terminar hacía un escaso mes sus estudios universitarios en leyes, y que por tanto estaba ansioso por hacer cualquier cosa que no tuviera nada que ver con ellos, se había mostrado más que encantado con la oportunidad de explorar la selva, aunque fuera por un sendero y bajo instrucciones de un nativo.
Aún con esas condiciones tan razonables, el paseo parecía sugerir algún tipo de aventura trepidante que serviría para comenzar sus memorias y cuyos matices épicos a mí se me escapaban.
Recuerdo haber buscado la mirada de Robert por encima de la inestable mesa donde, unas horas antes, nos habían servido un pescado alarmantemente rodeado de mosquitos, buscando ayuda para detenerlo y encontrándome, en su lugar, con una sonrisa divertida y un gesto de total aprobación.
-Es más, querida, deberías acompañarlo.
-¿Allí adentro?-Pregunté alarmada al tiempo que dirigía una mirada escéptica por la ventana. Bueno, o más bien por el espacio en la madera que había en la pared habilitado para ejercer como tal.
-Es sólo un paseo recreativo. No dejarán que os ocurra nada, para eso pagamos.-Sentenció, visiblemente más divertido cuanto más calaba la idea.
-¡Es cierto!-Intervino Julien, botando de la emoción en su sil… banqu… tabla sobre soportes de madera presumiblemente poco anclados.-Además, Robert ha dicho que no me necesitará hoy y yo estoy harto de jugar a las cartas. Nadie aquí habla bien mi idioma y tú siempre pierdes. Después de tanto tiempo en barco contigo, acaba por perder todo interés.-Concluyó sin malicia. Realmente yo era pésima en ello.
Sus ojos, de un ámbar oscuro pero brillante, reflejaban una expectación un tanto infantil. No pude evitar volverme hacia Robert frustrada, molesta por como alentaba su comportamiento de niño pequeño.
Aunque tan solo le llevaba dos años a mi primo, su actitud y porte le conferían un aspecto mucho más adulto y maduro, que supongo resultado de haber heredado el negocio familiar bastante antes de conocerme como consecuencia de la prematura muerte de su padre.
De espalda ancha y altura ligeramente superior a la media, había llamado mi atención con su precioso pelo trigueño, su voz profunda y su aire de competencia. Un problema no era un problema en manos de Robert Sharman. Como poco, una oportunidad de negocio, y como mucho, una seria inconveniencia.
-No es eso lo que me preocupa.-Contesté finalmente ante la falta de ayuda por su parte, mientras levantaba mi plato (o mejor dicho el trozo de madera circular que pasaba por uno) y observaba con asco como un ciempiés con las pinzas desalentadoramente grandes y demasiado peludo correteaba por la mesa.
Riendo entre dientes, Robert extrajo un pañuelo de su chaqueta (colgada de una esquina de la mesa por la simple costumbre de acudir con ella a las comidas, con aquel calor húmedo habría sido inhumano tenerla puesta) y lo sacudió fuera de mi vista.
Tras año y medio de convivencia sabía bien que aplastarlo al lado de mi comida habría sido una maniobra muy desafortunada.
-Me gustaba como había bordado ese pañuelo.-Murmuré con disgusto mientras recomponía el servicio de mesa (es decir, la tabla el cuchillo de caza y el pañuelo que yo misma usaba de servilleta).
-Bastará con lavarlo, prima. No seas tiquismiquis.
-¿Dónde?-Devolví con sarcasmo, harta de sus aires, mientras señalaba con la cabeza el agua del río, fluyendo ésta con su constante y desagradable tono parduzco.
-Déjala Julien. Ya ves que carece de espíritu aventurero. Tampoco es obligatorio que te acompañe.
Así que era eso. Pensé entrecerrando los ojos, suspicaz, en tanto que el bajaba la mirada y trataba de ocultar su media sonrisa dando cuenta de un trozo de una fruta que yo aún no había aprendido a identificar.
Aun viendo por dónde iba, hice un último intento.
-¿No se supone que Julien está aquí para aprender? No veo como va a hacerlo si lo dejas atrás cada vez que no necesitas estrictamente su ayuda.
Cometí el error de esperanzarme basándome en que Robert era una persona razonable. Siempre atendía a un buen argumento. A menos que él tuviese uno mejor, claro.
-Está demasiado emocionado como para pensar siquiera en algo que no sea explorar, y ver mundo tampoco es malo para la vida empresarial. A saber que catástrofe desataría si lo dejo un momento sin mi supervisión.
O sin la mía, claro. Y así volvemos, en antecedentes, a mi paseo por el campo tropical. Hacía ya rato que Julien, demasiado ocupado absorbiendo imagen por imagen la gama de verdes y sonidos naturales que lo rodeaba, había dejado de volverse para interesarse por mi dificultoso avance.
Realmente las botas daban demasiado calor y el ligero vestido largo se rasgaba con facilidad con las ramitas, pero al menos su tono granate disimulaba las manchas con notable éxito. No se me ocurría una opción mejor.
No tan impactada como él por el entorno- como mucho por algún que otro pajarito de plumaje particularmente vistoso-tuve tiempo de sobra para reflexionar sobre ese y otros menesteres durante las pocas horas-que a mí se me estaban haciendo eternas-que ya duraba la caminata.
En concreto, me lamentaba por lo bien que estaba funcionando la pequeña venganza de Robert por haber insistido en acompañarlo pero, a la vez, imponer mis formas a lo largo del viaje.
Me había oído lamentarme durante días sobre como Lily Doyle había disfrutado su safari en África cuando su marido visitó el continente para investigar posibles proveedores directos para su joyería. Más que los diamantes que Lily llevaba hasta dentro de su propia casa, los suvenires de su viaje o las anécdotas impactantes, lo que yo anhelaba era su oportunidad de hacer otra cosa que quedarse en casa esperando y mirar por las cosas.
Robert vivía cosas nuevas constantemente y yo quería participar en su vida. De menos de dos años que llevábamos casados, había estado de viaje casi ocho meses.
Quizás hubiese sido más práctico exponer eso directamente que dejarme llevar por el orgullo y vendérselo como simple envidia por Lily.
En las novelas, la realización suele golpear cuando una tiene una silla sobre la que dejarse caer o se encuentra bajo la lluvia. Como no era el caso, algo pareció decidir que procedía una tromba de agua al más puro estilo tropical –con fuerza y sin aviso- en aquel mismo instante.
Comencé a apurar en la dirección por donde creía que se había alejado el resto, probablemente mientras yo me paraba en seco sumida en algún punto importante de mi hilo de razonamiento.
Desesperada, busqué la espalda de Julien entre la espesa cortina de agua, que apenas permitía ver unos metros más allá entre la exuberante vegetación.
Después de tres días era perfectamente consciente de que todo intento de no empaparme gracias a una sombrilla era totalmente inútil, así que me limité a correr todo lo que la situación lo permitía siguiendo el camino.
Hasta que me encontré con un tronco caído que podría haber esquivado o saltado con toda tranquilidad de no haber ido tan pendiente de no tropezar y haber reparado en la araña más enorme que había podido imaginar siquiera, mucho menos ver, en mis escasos veinte años de existencia.
Marrón, peluda y del tamaño de un plato de postre, me recordaba a un tipo de marisco que me habían servido en una ocasión y que me había provocado pesadillas durante semanas.
No estaba realmente al tanto sobre las pautas de conducta del tipo de insecto que más me afectaba por mi fobia, pero había visto suficientes veces el efecto de un cubo de agua sobre uno de ellos como para correr tranquila una vez que empezó a llover, razonando que dar vueltas mientras se flota con las patas encogidas, aunque no sea mortal, debe ser lo suficientemente incómodo como para invitar a buscar refugio antes de que se formasen charcos entre las raíces y las hojas secas.
Pero no. Aquella monstruosidad parecía perfectamente cómoda obstruyendo mi camino. Es más, desplazó levemente dos patas hacia adelante.
Yo retrocedí.
Lo siguiente que recuerdo es caer, caer y rodar, recibiendo multitud de pequeños golpes y arañazos mientras piedras, ramas y raíces se me clavaban por todas partes cada vez que mi cuerpo hacía contacto, más y más rápido, con la escarpada pared de tierra resbaladiza.
Alguno de ellos debió dejarme inconsciente.


~*~

(Continuará... xD)

3 comentarios:

  1. A ultima parte si que e algo sorprendente.

    Moi boa a de "en su sil… banqu… tabla sobre soportes de madera presumiblemente poco anclados" jaja.

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  2. Francamente, me molesta la gente que escribe "relatos" en internet.

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